El Aroma del Gusto por el Aprendizaje
Harmonella se dirige a Kurio con una sonrisa.
—Mi estimado Kurio, es tu momento.
Kurio se acerca al centro, —fui asistente en la cafetería de Pastriana, la joya de la plaza central…—su voz, con nostalgia y emoción, abre un nuevo capítulo en la velada.
En la acogedora cafetería, Kurio y Pastriana se afanan ordenando las mesas. A través de la ventana empañada, ven a un anciano, el señor Alfredo, acercándose envuelto en su horrible abrigo.
—Ahí viene el señor Alfredo. Prepara su café habitual, Kurio —, dice Pastriana con una sonrisa cálida, mientras Kurio asiente, listo para recibir al cliente habitual con su bebida predilecta.
El señor Alfredo, envuelto en su rutina, toma asiento en su mesa habitual y saca su teléfono, sus dedos torpes intentan navegar en la pantalla. Se dibuja la frustración en su rostro.
Kurio, acercándose con su café americano, sonríe y pregunta:
—Siempre café americano, señor Alfredo. ¿Nunca he querido probar algo diferente?
—Me gusta lo que conozco. No como estas nuevas tecnologías —el anciano responde sin mirar, suspirando ante la complejidad del mundo moderno.
Kurio, impulsado por una genuina curiosidad, se acerca al señor Alfredo.
—Disculpe mi atrevimiento, pero ¿puedo ayudarte en algo?
El señor Alfredo suspira profundamente y confiesa, — Mis nietos viven en el mundo de las redes sociales, y siento que me dejan atrás porque no entiendo de lo que hablan. Quiero aprender, aunque ya estoy viejo, no quiero quedarme rezagado— .
A partir de ese día, todas las mañanas, mientras la cafetería se impregna del aroma a café, Kurio dedica tiempo a enseñar al señor Alfredo sobre diversas plataformas digitales. Con cada nueva lección, la frustración del señor se va desvaneciendo.
—Señor Alfredo, hoy aprenderemos a usar OmniChat, probablemente es la que usan sus nietos —dice Kurio con entusiasmo.
—Gracias, Kurio. Esta es la tercera aplicación que me enseñas.
—Y hoy, ¿qué tal si prueba un capuchino? —dice Kurio con un tono de audacia.
—Está bien, confiaré en ti. Prepara ese capuchino.
Día tras día, el señor Alfredo, con su dispositivo en mano, empieza a compartir fotos y anécdotas con sus nietos. Kurio, detrás del mostrador, lo observa con una sonrisa de satisfacción, viendo el progreso y la alegría que brotan en él.
—Este moka está delicioso, Kurio —exclama el señor Alfredo, levantando su taza —, ¡Y mira! Mi nieta acaba de enviarme un mensaje —. Su rostro irradia una felicidad renovada.
Una concurrida tarde en la cafetería, aparece el señor Alfredo, esta vez acompañado por dos jóvenes.
—Kurio, te presento a mis nietos —dice con orgullo —. Gracias a ti, ahora estamos más unidos y hoy, quiero probar ese café especial que alguna vez me mencionaste —. La cafetería, llena de vida, se convierte en escenario de una dulce reunión familiar, unida por los lazos del café y la tecnología.
Volviendo al huerto encantado de cerezos. Allí, Harmonella y Kurio trabajan en la mesa de piedra hexagonal, rodeados de Felicios expectantes.
—Nuestro gusto por el aprendizaje tiene el poder de mejorar la vida de quienes nos rodean. Al final del día, no es lo que sabemos, sino cómo lo compartimos, lo que realmente importa —dice Kurio con voz serena.
La lupa tallada en la mesa brilla intensamente, bañando la escena en luz azul.
—Cada relación es un ingrediente. Cada virtud, una esencia. Que esta vela encienda el ánimo de que la prenda y que sea una luz en su camino a la felicidad —dice Harmonella, con tono suave.
Lupas de luz azul se mezclan con estrellas doradas, creando una vela que huele a café fresco.
—Ser feliz es una decisión que se toma cada día —dice Kurio, sonriente, colocándola en la mesa piramidal.
Harmonella, se acerca a Klarion y le dice —Mi querido Klarion. Es ahora tu turno.