kirzo

El Aroma de la Fe

Mientras Los Felicios y Harmonella están alrededor de la fogata, ella se acerca a Kirzo y le dice: —Querido Kirzo. Es tu turno—.

En el Valle de Aromaville, con sus vastos campos pintados de colores y el viento como música de fondo, Lorenzo Aromendi deambula agitado. La cámara fotográfica cuelga de su cuello, y su rostro refleja desesperación y molestia.
—¡Violetas en este valle! ¡Cómo si fuera tan sencillo! —hablando solo, con irritación, Lorenzo se inclina para fotografiar la tierra vacía, murmurando con sarcasmo —estas fotografías son perfectas para comprobarle al 'sabio' doctor que en este valle no crecen las violetas. ¿Cómo pudo anunciar algo tan absurdo? —Lorenzo se incorpora. De su enojo surge una mirada de preocupación y continúa murmurando—¿Qué no entiende que mi hijo está en peligro? ¿Me toma por tonto?
Desde una distancia, Kirzo, el observador silencioso, se acerca serenamente.
—Señor, ¿por qué se ve tan preocupado?
—El doctor dijo que mi hijo necesita té de violetas de este valle. ¡Pero no hay ninguna! Así que estoy tomando las fotografías necesarias como evidencia. Me llamo Lorenzo, por cierto.
—Me llamo Kirzo. Entiendo tu frustración, pero tal vez haya otra forma de solucionar esto.

En el valle de Aromaville, con el sol descendiendo y bañando los campos en tonos anaranjados y púrpuras, la serenidad de Kyrzo contrastaba con la agitación de Lorenzo Aromendi.
—Puede sonar absurdo, pero aún así te lo dire. Lo que no ves en este valle no es porque no existe, sino porque no ha sido creado.
—¿Creado? ¿Estás diciendo que puedo hacer aparecer violetas? —replicó Lorenzo incrédulo.
—Si algo no ha sido creado, es porque nadie ha creído que es posible. Si crees que es posible encontrar violetas aquí, entonces debes generar ese cambio.
—Plantarlas yo mismo sería absurdo. Los libros dicen que las violetas no sobreviven en esta tierra.
—Los libros están llenos de conocimientos del pasado. Pero la fe, Lorenzo, mira al futuro. Y el futuro aún no está escrito.
—No puedo basar la salud de mi hijo en creencias. ¡Necesito certezas!
—A veces, la fe es nuestra única certeza — dijo Kyrzo, colocando una mano sobre el hombro de Lorenzo.

—Hay un antiguo secreto para hacer crecer violetas en cualquier lugar —dijo Kirzo.
—¿Un secreto? ¿Qué podría ser más poderoso que la misma naturaleza? —dijo Lorenzo con una mirada de escepticismo.
—Para que una violeta crezca aquí, necesita “fuego” en su raíz —explicó Kirzo dibujando en la tierra —no un fuego literal —Kirzo sonriendo suavemente —, sino el calor y protección de una tira de azafrán —al decir esto, sacó una pequeña bolsa de azafrán.
—Azafrán? ¿Cómo podría...?
—El azafrán —Kirzo interrumpió gentilmente —, puede calentar y proteger la raíz, permitiendo que la violeta florezca en condiciones adversas.
¿Estás seguro de que esto funcionará? —dijo Lorenzo, mirando el azafrán con nueva esperanza.
— La fe es creer en las posibilidades. Con un poco de azafrán, la fe puede encontrar su camino.
El ambiente se llenó de una calidez que emanaba de la esperanza y fe que Kirzo había encendido en el corazón de Lorenzo.

Al amanecer del día siguiente en el valle, Lorenzo Aromendi trabajaba en la tierra, rodeado de incipientes brotes de violetas. A lo lejos, Kirzo se acercaba.
—¡Kirzo! ¡Está funcionando! Las violetas... están brotando —dijo Lorenzo emocionado.
—Brotan las violetas porque has tenido un poco de fe en ellas.
—Pero tú me diste el conocimiento del azafrán. Sin eso, esto no sería posible.
—El azafrán fue solo una herramienta para revivir tu fe. Son tu creencia y esperanza las que lo hicieron posible. La verdadera magia está en tu fe y determinación.
—Nunca pensé que vería este día. Mi hijo... tendrá su remedio —expresó Lorenzo con lágrimas en sus ojos.
—Siempre que mantengas la fe, lo imposible puede hacerse realidad. La naturaleza, como la vida, responde a quienes creen en ella.
—Gracias, Kirzo. Por enseñarme a creer nuevamente.
—No me agradezcas a mí. Agradece a esa chispa dentro de ti que elegiste creer.
En silencio, ambos observaron las violetas mirando, un vivo testimonio de la fe inquebrantable.

Dentro de una humilde casa en Aromaville, a través de la ventana, se veía el valle al atardecer, con las últimas luces del día iluminando el campo. Sobre la mesa, una tetera humeante y dos tazas. Un niño pequeño, con ojos brillantes, pero todavía débil, estaba sentado en una silla, envuelto en mantas, y su padre, Lorenzo, a su lado, servía el té.
—Papá, este té huele delicioso. ¿Qué tiene?
—Es un té especial, mi niño. Hecho con violetas del valle.
—¡Pero las violetas no crecen en esas tierras! —dijo el niño con una sonrisa.
—Ah, pero lo hacen ahora. Gracias a un pequeño truco.
—Cuando sea grande, quiero aprender más sobre estas violetas mágicas del valle.
—Harás eso y muchas cosas más. Porque tu fe te dará la fuerza para hacer cualquier cosa.

En el huerto encantado de cerezos del bosque de enebros. Los Felicios observan atentos a Kirzo.
—La incredulidad es el peor enemigo de la fe; nos paraliza y nos impide transformar nuestro mundo. Pero cuando damos el primer paso hacia la fe, la vida florece de maneras inimaginables y ahora gran parte del valle de Aromaville se cubre con hermosas violetas —concluye Kirzo.
Un silencio envuelve el ambiente. El símbolo del loto en la mesa brilla intensamente en violeta.
—Cada relación es un ingrediente. Cada virtud, una esencia. Que esta vela sea una luz en el camino a la felicidad —dice Harmonella con su voz suave.
Lotos de luz violeta brotan de la mesa, bailando y fusionándose con las estrellas doradas creadas por Harmonella. En un acto mágico, se forma una vela aromática con esencia de violetas.
—La fe lo cree y lo crea todo. Ser feliz es una decisión que se toma cada día —dice Kirzo mientras coloca la vela sobre la mesa.
Los Felicios y Harmonella, siguen compartiendo con alegría. Harmonella pide a Kayra compartir la siguiente historia.

Episodio 6

El Aroma de la Apreciación de la Belleza

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